Aunque los ascensores son una invención bastante reciente, la convivencia de personas en espacios reducidos ha ocurrido durante millones de años en la historia de la humanidad, y casi siempre con un final violento. La necesidad de evitar el enfrentamiento directo ha dejado una huella que permanece en algún lugar muy profundo de nuestro ser.
En las pruebas realizadas en el laboratorio, Maestripieri ha podido comprobar que los monos Rhesus reaccionan de una manera parecida. Cuando dos macacos son introducidos en una misma jaula pequeña, también tratan de hacer todo lo posible para evitar el enfrentamiento. De esta forma, los dos monos se mueven con cautela, evitan el contacto visual y las reacciones que asusten al otro.
“Los monos miran al aire, o al suelo o algún punto imaginario fuera de la jaula”, explica Maestripieri. Pero la situación no puede seguir así mucho tiempo sin que se produzca un roce entre los dos vecinos, así que más tarde o más temprano uno de los dos intenta hacer alguna maniobra de aproximación, algo que indique que no intenta provocar una pelea. Lo normal es que uno de los monos enseñe los dientes, una señal amistosa entre los macacos y el precursor evolutivo, dice Maestripieri, de la sonrisa humana.
En nuestra vida diaria es frecuente encontrarse con situaciones parecidas. Cuando alguien se siente especialmente amenazado tiende a sonreír al otro, a darle conversación o a hacer algún tipo de señal de que no tiene ganas de pelea. La próxima vez que un desconocido te mire en el ascensor o te suelte una frase sin venir a cuento, piensa en el macaco que llevamos dentro y prueba a enseñarle los dientes.
Via Fogonazos